Situado frente a la sede de la Municipalidad, la Escuela Recadero de Santa Juana, pequeña aldea del centro de Chile, es testigo de una frenética actividad pese a que es periodo de vacaciones estivales.

Desde que el viernes abriera sus puertas, no cesa de recibir familias afectadas por los graves incendios que calcinan la zona y bolsas con ayuda de todo tipo de una comunidad unidad por la solidaridad y la tragedia.

Las condiciones climáticas, unido a la imprudencia humana y la falta de medios la ha convertido en la «zona cero» de los incendios que asolan el centro de Chile, los más graves en décadas.

Según las autoridades, al menos 22 personas han perdido la vida entre las llamas, alrededor de una decena de ellas en esta comuna agrícola próxima a la ciudad costera de Concepción.

Un drama que congestiona los rostros de sus habitantes aún impactados por la densidad del humo, las peligrosas pavesas y un cielo gris anaranjado que dificulta la respiración y como dice Marcela, una de las vecinas, nunca se olvida.

«Lo hemos perdido todo. No sé que hacer. Pudimos salir a tiempo. Mi marido quería quedarse. Hemos trabajado mucho y ahora no tenemos nada», explica con rabia a Efe la mujer, que llegó al centro de auxilio con lo puesto.

«Hoy día esta recibiendo de todo tipo se ayuda, alimentación, alimentos no perecederos, agua, artículos de aseo, y ropa», explica, por su parte, a Efe Oscar Cruces Escobar, Administrador Municipalidad de Santa Juana, quien agradece la solidaridad pero pide más empatía.

Una demanda que comparte su compañera, María Eugenia Suazo, quien asegura que «hemos tenido que desechar más de la mitad porque no venía en buen estado».

«Le decimos a la comunidad que si quiere ayudar lo haga con la mano en el corazón y traiga ropa limpia, que no esté rota porque hay gente que lo está pasando mal, se le quemaron sus casas y eso es muy doloroso, y que le traigan ropa que no corresponde igual es un dolor para ellos», afirmó.

Este es el segundo incendio de gravedad que sufren las comunas de Santa Juana y Navidad, que ya vieron a finales de diciembre como ardían más de 5.000 hectáreas y como 29 familias se quedaban sin hogar.

Una tragedia recurrente

A María Hidalgo, campesina en la cincuentena, las llamas le consumieron esta vez su modesta casa de madera.

«Es doloroso pero han pasado cosas más dolorosas porque falleció gente quemada en sus casa. Pero igual duele porque todo el esfuerzo de una vida», explicó a Efe entre sollozos.

«Una, como campesina no tiene los medios, de alguna manera compra sus cosas y después viene el fuego y se lastima. Duele como todo lo que vemos, todo lo que ha pasado, la otra gente. Gracias a mi familia puede rescatar mis otras cositas, me hubiera gustado que todo, pero no ha llegado», agrega sin poder liberarse de la congoja.

«Pero no han venido recursos, nada de ninguna parte. No importa, porque los pobres somos así. Esa es la etiqueta que nos ponen a los pobres… somos personas de esfuerzo y nos cuesta poder tener lo que tenemos, y en un abrir y cerrar de ojos se termina todo», lamenta.

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