Avistar a un oso de anteojos es una experiencia que muy pocas personas tienen el privilegio de vivir. Este mamífero puede medir hasta 2.2 metros de alto y pesar hasta 180 kilos; es tímido y prefiere evitar cualquier interacción con los humanos. Sin embargo, Fabio Araujo, donante de WWF, tuvo la fortuna de lograr uno de esos encuentros.
Este nariñense viaja todos los días por carretera una hora desde Ipiales, donde vive con su familia hasta el municipio de Cumbal, donde trabaja. Durante sus recorridos suele estacionar su carro y apreciar a la lejanía volcanes como el Cumbal o el Cerro Gualcalá. “Estoy rodeado de naturaleza y nada me gusta más que contemplar su paz y recargarme con su energía”, agrega.
El día del avistamiento, como es costumbre, Fabio estaba disfrutando del paisaje, cuando salió entre frailejones y arbustos un osezno que, “a falta del desarrollo de su instinto defensivo ante la presencia del hombre, se asomó con mucha curiosidad a observarme. Se paró en sus dos patas traseras y luego, puso una de sus garras encima de sus ojos, lo cual asumí como un gesto de comodidad y confianza”.
Por más de dos minutos de asombrarlo con su presencia y actitud, el osezno tomó su posición cuadrúpeda y se “despidió con un tierno crujido. Un par de metros después vi a su madre que, al verme, sale corriendo como para indicarle a su cría que debe huir pronto”, concluye nuestro donante.
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