Mientras un líder espiritual como el Dalái Lama insiste en hacerles un llamado a los líderes de todo el mundo para que unan fuerzas en contra del calentamiento global, algunos de ellos insisten en hacer oídos sordos al asunto.

Es así como, en medio del fragor de la campaña política en Estados Unidos, el presidente republicano Donald Trump, que busca la reelección, viaja a California uno de los estados más afectados por los incendios que han devorado más de cinco millones de hectáreas en toda la costa oeste de ese país, para reafirmar su tesis de que el cambio climático no existe y que semejante tragedia ambiental obedece a una mala política de manejo de los bosques de sus contradictores políticos, los gobernadores demócratas.

Igual hace el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, para el que el calentamiento global es una falacia, mientras continúa avivando a través de sus discursos las llamas de los incendios con los que los colonos y empresarios agroindustriales están destruyendo la Amazonía, pulmón de la Humanidad.

Por eso el mensaje del líder espiritual del Tíbet es más importante que nunca. El concepto de egoísmo es explícito en sus palabras. El Dalái Lama asegura que el individualismo y el egoísmo han hecho que la lucha contra el cambio climático deje de ser una prioridad para los países más ricos, pues no sufren sus consecuencias.

En cambio, las naciones más pobres del mundo, los denominados países en vía de desarrollo, tienen problemas debido a la carencia de lluvias. Esas sequías representan hambrunas en muchos países de África y Asia, por ejemplo, y conllevan la muerte de millones de seres humanos, sin hablar de la desaparición de la fauna y la flora.

Pero a los habitantes del mundo desarrollado poco parece importarles esa crítica situación y actúan como si el problema no los fuera a tocar. Para pensar en la manera como el egoísmo ayuda a destruir el planeta, basta con apreciar que para muchas personas es mucho más importante lucir una esmeralda, un diamante o una joya de oro, que saber si para hacerla, se cumplieron las normas de protección ambiental del país o de la zona de donde fueron extraídos esas piedras preciosas o metales.

Eso, en el plano del egoísmo individual. Pero para muchas empresas y gobiernos prima también el mismo tipo de interés egoísta que pone las ganancias de ahora por encima de la supervivencia del futuro. De esta forma se hace más importante extraer oro o petróleo de una zona, que garantizar que de ella siga surgiendo el agua para las generaciones presentes y futuras.

PHD en Relaciones Internacionales
gabrieljaimerico@gmail.com

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